Balance reflexivo sobre el populismo y la democracia en Brasil y Venezuela.

Este ensayo versará sobre la Democracia y el Populismo en Brasil y Venezuela. El primero de los ensayos tomó como período de abordaje las tres décadas centrales del siglo XX entre los dos países, con el fin de demostrar la dificultad que implica definir estos fenómenos en el panorama político continental, especialmente en los países que sirvieron para recortar la evaluación sugerida.  Nuestro segundo ensayo tuvo  en cuenta con mayor atención la democracia en América Latina en tanto régimen político desencajado del marco cultural del sub-continente, lo cual nos hizo jugar metafóricamente una hipótesis fundada en la disimetría entre la forma política de gobierno (democracia) y las condiciones políticas del espacio social donde se aplica dicha “forma”.

Baste decir que es a partir de estas formulaciones como intentamos cerrar la reflexión comprensiva en torno al problema que ha abarcado nuestra indagación bibliográfica específicamente basada en fuentes secundarias, y que, con mucho sabemos, no recoge la enorme bibliografía que ha ocupado al mundo académico en torno a sendos problemas casi inabarcables en un trabajo de curso. Lo nuestro es un intento aclaratorio, por un lado, de la definición de los fenómenos como tal; es decir hasta que punto podemos considerar el populismo en América Latina, en los términos de Laclau[1], por poner el caso mas reciente de teorización, y en qué medida podemos repensar la democracia más allá de las preocupantes evaluaciones que hacen académicos ligados a la corriente posestructuralista (J. Rancière)[2] así como también clásicos del análisis de la democracia como G. O’Donnell y Ralf Dahrendorf a propósito de la idea de un momento “posdemocrático”  que defiende abiertamente el segundo de los autores sobre la base de múltiples reflexiones en torno a la idea de Globalización, Localidad y Antipolítica[3].  De cierta forma uno de los propósitos será dialogar con estos autores y otros más. Ahora bien, ¿Caben estas exploraciones teóricas para pensar e interpretar lo sucedido en Venezuela y Brasil en la última década del siglo pasado y lo que llevamos recorrido de este nuevo siglo?

Con todo, un interrogante como el anterior nos permite apenas delinear el problema de la aplicación conceptual estricta de fenómenos políticos cuyas características se hacen variables según el contexto de su aplicación, de tal suerte que constituye un trabajo de agudo análisis determinar la pertinencia teórica de un concepto cuya clave apunta a mirárselo en tanto fenómeno[4]. En este caso su sustento empírico no garantiza su comprensión. De allí que nos haga ruido la sugerencia que ensaya A. Viguera en su artículo sobre si, para el caso del populismo, no sea necesario intentar, “rescatar el concepto de «populismo» en otro sentido, no con el fin de generalizar hechos que empíricamente resisten su homogeneización, sino como tipo ideal»[5] . Diremos por tanto que esta idea nos servirá para pensar el horizonte interpretativo de Laclau a partir de la idea de la conformación de un modelo teórico tomando como base la conocida noción weberiana de »tipo ideal» que propone Viguera para el caso del populismo, no obstante algunas reservas que tenemos con la conceptualización del autor a propósito del “neopopulismo”.

Con la democracia haremos otro tanto. Es decir, trabajaremos sobre la misma reflexión y al tiempo contrastaremos el proceso de apertura democrática vivido en Brasil con el proceso de declive de los cimientos partidistas sobre los que se erguía la democracia en Venezuela; el objetivo no es el análisis comparado, con todas las complejidades que

semejante análisis acarrea, sino un esfuerzo de reflexión sobre las últimas conceptualizaciones frente al futuro de la democracia, tomando los casos de estos dos países mencionados como la arena donde ha tenido lugar el ejercicio de la democracia de manera harto diferenciada. En consecuencia con lo anterior pretendemos mirar hasta qué punto es posible considerar también la democracia como un tipo ideal y no un conjunto de características empíricamente observables en torno, por caso,  a la soberanía del pueblo y la representación parlamentaria inherente al  modelo liberal de la democracia, entre otras características. Basta notar lo que ya subrayamos en uno de nuestros informes respecto a la profusión terminológica que el uso de los sufijos ha implicado sobre la democracia si la pensamos como epicentro de las ideas y prácticas políticas características de la modernidad.

Partamos del hecho de considerar el siguiente ejercicio, como  un ejercicio de reflexión ciertamente candoroso en relación con el ejercicio analítico. Para el análisis se requiere algún grado de seguimiento de una bibliografía cuidadosa y un meticuloso balance crítico de lo escrito acerca de un tema. La reflexión que nos permitimos no por carente de rigor en el sentido en que no tomará en cuenta la ingente literatura historiográfica, resulta importante amen de la prelación dada al intento de pensar estos temas, de por si escabrosos, a la luz de los procesos socio históricos del continente, más aún si se tiene en cuenta que en el presente ensayo se especifican los casos de Brasil y Venezuela, restringiendo así con mucho los giros y articulaciones experimentadas en otros países del continente.

En suma lo que deseamos aclarar es que privilegiamos la palabra propia por encima de la estructura teórica consolidada de los fenómenos de la democracia y el populismo en América Latina. En todo caso bien hace falta aventurar opiniones genuinas en un momento donde el capital intelectual está sirviendo para avalar una languideciente sucesión de estatuas venerables del mundo académico, a pesar de sus ya pétreos gestos de sabiduría.

I

El ascenso de Carlos Andrés Pérez a la presidencia de Venezuela marcó un principio de esperanza que haría recuperar de la crisis al país en el cual los 70 significaron una década de gran prosperidad económica de cuenta de los enormes ingresos provenientes del petróleo. La campaña del gocho, como se le decía al presidente debido a sus orígenes andinos, estuvo atravesada por el impulso de esas expectativas populares del retorno a la abundancia que explican aproximativamente la elección del hombre con el que se recordaba la época dorada en Venezuela entre 1973 y 1979.  No obstante a poco de asumir su segundo período, el país experimentó uno de sus más agudos levantamientos populares conocido como “el Caracazo”. El proceso de agotamiento de la democracia estable que había quedado en el aire a raíz del socavamiento del sistema de partidos llevó por varios flancos al clima de convulsión con que se recibió la década de los 90 en Venezuela, básicamente a partir de la emergencia de un descontento palmario que supo exhibir una fracción de la institución militar a través del golpe del 4 de de febrero al gobierno de Pérez, por parte del entonces teniente coronel Hugo Chávez Frías y tres de sus compañeros de hazaña. Al cabo de una horas fracasó la intentona y su instigador se rindió ante las cámaras de televisión del país.

En un primer momento las condiciones que llevaron al golpe pueden medirse como un intento de suspender con alguna acción de fuerza, la dislocación del orden social que había producido la crisis de fines de los 80s cuya manifestación epidérmica se sintetizó en el caracazo y sobretodo, parafraseando a Laclau, el vaciamiento de la atribución política de control  del sistema,  permitió la emergencia de una demanda particular (expresada a través del golpe de Estado a manos de una fracción de la institución militar) que representaría la totalidad fracturada.

La demanda encarnada por los militares golpistas, además de “significar” como  la punta de un iceberg, el hastío colectivo frente a los poderes políticos, solo que surgido de una institución pública, también representó el punto de inflexión de la práctica política corriente en el país bajo una democracia estable. Sin embargo, era de amplio sentir la necesidad de hacer inclusiva esa estabilidad democrática que mas parecía una operación camuflada de consolidación de prácticas de corrupción que como se sabe asolaron al país durante la década de los 80, de cuenta del ocaso de la bonanza petrolera. Los días estaban contados para las clases políticas y en adelante se vería un marcado proceso de aglutinación de equivalencias en las demandas populares cuyo corolario tendrá lugar a fines de la década con el triunfo del Coronel Chavez, otrora “traidor a la patria”[6].

Los pormenores del triunfo electoral de Chavez desde que fuera organizando su proyecto político a la luz del MRB 200, hasta las elecciones presidenciales de 1998, bajo la enseña del MVB, constatan los avances claves del elemento populista que sostiene dicho proceso. Tomando como base tres elementos centrales en la definición del populismo como son el modo de identificación, el  proceso de nominación y la apertura de una dimensión política inherente al mismo, y cotejándolos con el caso de Chavez, tenemos en una primera instancia la paulatina atracción popular que acumulará Chavez en prisión, cristalizando con la consolidación del Movimiento Quinta República, de la mano de múltiples viajes a las regiones mas lejanas del país y captando las necesidades básicas de cada región; aquello que F. Panizza llama, “proceso de nominación” en virtud del cual, “Las prácticas populistas operan dentro de un espacio social en el cual la gente tiene quejas, deseos, necesidades y carencias que aun no han  sido constituidos como demandas políticas, y en las cuales, para decirlo mejor, la gente no sabe cómo nombrar aquello que le falta”[7]. De ahi que surja un líder cuyo carisma permita ese estrechamiento sólido que refuerza los vínculos entre Pueblo y líder sobre la base de una simplificación del espacio de disputa político[8].

La elección de Chavez, aparte de que atomizó el sistema político venezolano, caído en descrédito una vez languidece el respaldo popular al orden “puntofijista”, abrió las esclusas de ampliación del foro público y elevó la politización popular a despecho del subsiguiente proceso de dicotomización de la esfera política entre chavistas y escuálidos (partidarios de la oposición)[9]. Se puede pensar también, a manera de dilatación a esferas sociales múltiples de lo político, que durante los momentos mas álgidos de Chavez en el poder, tanto durante el golpe de abril 11 de 2002, como durante el paro de PDVSA, la agitada vida política del país desencadenó una fuerte disputa por las calles entre los bandos claramente enfrentados, en cuyo despliegue podemos detectar desde el nivel cultural, simbólico y discursivo, corolarios de aquella disputa por la calle y de cuyos efectos, sostendremos, la dimensión política reanimada después del descrédito partidista, eclosiona en un ámbito populista de radicalización y antagonismos[10].

Tenemos por un lado el polo vinculante contenido en la figura del líder. Su carácter carismático que refuerza los atributos populistas del régimen y de allí la concentrada apelación al poder del pueblo que Chávez en tanto lider conduce hacia su consecución. La vindicación populista chavista, que se apoya en  los fines del discurso democrático, resalta por sobre todos los principios básicos de existencia de la democracia; Es la soberanía popular el significante vacío”[11] que predomina, a lo cual se ve confrontado así, en el campo de las políticas públicas, el fundamento central de la democracia que defiende la vertiente liberal[12].

Este último razonamiento que determina la ruptura populista venezolana a partir de la construcción, vía la figura del líder, de una subjetividad popular y a diferencia de la producción política de la subjetividad democrática basada en la idea de que toda demanda social se desarrolla dentro de canales institucionales encargados de satisfacer el contenido de una demanda particular, nos sirve para introducir el problema de la democracia en Venezuela y reflexionar un poco sobre la viabilidad del uso de la categoría de tipo ideal que pudiéramos incorporar como anudación de los dos conceptos centrales del presente ensayo: Populismo y democracia.

Si bien, el análisis que pudiera colegirse del contexto histórico venezolano, y que hemos descrito en dos informes anteriores, apunta a vislumbrar el papel de la democracia en la formación política del país durante el siglo XX. De hecho, la experiencia de los primeros 30 años de dictadura gomecista cristalizó un proceso de apertura política que dio origen a la constitución de los primeros partidos “de masas” como COPEI y AD y a su turno galvanizó la transformación democrática que efectivamente fue definiendo el perfil nacional a lo largo de las décadas de los 40 y 50 hasta consolidar el pacto consociativo que desde 1958 pareciera haber sellado abiertamente el modo político dominante respaldado por la idea de una estabilidad democrática tout court.

Semejante panorama acompañó a Venezuela durante 50 años en los cuales fue socavándose la fementida confianza que había articulado a su alrededor el sistema político en torno a un régimen representativo justo y estable. Este hecho permitió, como en otros países del continente, respaldar, tras el velo democrático, la consolidación de un poder político concentrado en los sectores dominantes al punto de considerar en el plano teórico la pervivencia madura de una democracia que fue gradualmente restringiendo su campo de entrada. El pacto elitario podría concebirse como el resultado lógico de un proceso democrático cuya característica central descansaba en la regulación de una legitimidad  dual que, implicaba por un lado el reconocimiento social  de un poder y por el otro, la adecuación a una norma o a un sistema de valores[13]. Si de tal forma se fermentaba en el contexto europeo una transición muchas veces concebida en los términos de la marcha hacia una democracia liberal perfectible y asentada sobre los pilares de la legitimidad procedimental, donde la administración pública representaba el nervio central de la forma democrática, la emergencia de una sociedad de la desconfianza justo en el momento en que el sufragio universal no garantizaba el objetivo del régimen democrático representativo, y las libertades liberales excluían de su programa la idea de una justa proporción de poder entre los sectores convergentes de la totalidad social, los linderos de la democracia en Venezuela nacían tambaleando a pesar del tiempo que duró el pacto de punto fijo. La sociedad de la desconfianza que va gestándose allí nos remite a una interesante formulación conceptual que hace Pierre Rosanvallon al preguntarse por las nuevas formas democráticas que ha generado la sociedad, en las que el principio del celo y la vigilancia, encarnadas en el papel del pueblo-juez, se cohesionaron por tanto, “en torno a una democracia de poderes indirectos, diseminados en el  cuerpo social”[14].

Es claro que la hora de la crisis de los 80 coadyuvó en la presión que la cadena equivalencial ejerció sobre las distintas demandas reivindicatorias del pueblo venezolano. La democracia pactada que había sostenido por cerca de 40 años una hegemonía basada, como propone Laclau, en una “subjetividad democrática” de los agentes y la institucionalización de las demandas populares[15], se hizo pedazos en los albores de la década de los 90 y trajo consigo un retorno político signado por la apelación directa al pueblo, que en condición de Juez determinó, (dentro de los ritmos que impuso desde su ascenso, el liderazgo populista anti-neoliberal de Chávez)  cómo se movería la política nacional. Dos puntas del mismo lazo parecieran unirse en este nudo: el populismo como fenómeno articulador de lo político se muestra dentro de unas coordenadas comprensivas que no implican pensar el caso venezolano en tanto en cuanto fenómeno articulador de una serie de criterios empíricos específicos. Con esta vía interpretativa no estamos aventurando una evaluación que considere el populismo a través de lo que para Viguera expresaría tanto un conjunto de rasgos político-ideológicos como una radiografía de las politicas sociales y económicas bajo un régimen de semejante tenor[16]. En Venezuela el populismo y la democracia han esculpido en las últimas dos décadas una extraña complicidad, sea porque la esencia misma de estos dos fenómenos carece de un borde, de un lindero perfectamente visible, o sea porque parafraseando el texto de Panizza la actualidad política venezolana muestra la clara silueta que como el horizonte donde se dibuja la frontera entre el cielo y el mar, separa y refleja el populismo en la democracia. Los estruendosos triunfos chavistas en los diferentes plesbicitos, son con suerte una evidencia de semejante contraste; contraste que nos permite re afirmar una de las hipótesis del primer informe: entre estos dos fenómenos en América Latina, vemos como el contexto político trasega incansablemente el río del tiempo, siempre en busca de un cuerpo…y el cuerpo siempre de igual forma tiene algo desencajado.

II

Las anteriores aplicaciones teóricas y constataciones históricas que adelantamos para Venezuela, no implican un contraste decididamente opuesto al del Brasil. Podríamos insinuar que la trayectoria contrapuesta entre populismo y democracia se produjo en Brasil a manera de negativo fotográfico que la venezolana, contando con factores estructurales que no serán tratados con rigor aquí, pero que merecen ser mencionados, al menos en aquellos rasgos estructurales que escinden claramente el caso Brasileño del venezolano, es decir, el peso fuerte de la institución militar en los asuntos del Estado y la tradición populista de vieja data, cuyos resultados históricos definieron la personalidad política del país durante la segunda mitad del siglo XX, tal como aconteció en el arco de influencia político del cono sur.

Si empezáramos apropiando el modelo teórico político utilizado con el proceso venezolano, habría que localizar un punto de inflexión cronológico medular en la comprensión del rol que los militares jugaron durante la dictadura a lo largo de 20 años en relación con la democracia y el populismo; ¿Cómo localizar ese punto?  ¿con base en qué criterios?

De alguna forma está claro que para el caso brasileño después de la dictadura no se logra articular un exitoso reagrupamiento de demandas que llevasen a torcer el orden hegemónico sobre el cual los sectores de la burguesía agraria, industrial-empresarial y financiera cimentaron el período de vuelta de la democracia desde mediados de la década de los 80. Otro de los elementos que marca cierta peculiaridad, reside en el proceso de reconversión de la economía para la década de los 90, ya que las transformaciones que se dieron en el marco de implementación del paquete neoliberal no vinieron acompañadas de una política neopopulista, si tuviéramos que categorizar como tal los gobiernos destinados para la introducción de la apertura económica en la mayoría de los países del continente.

Otro tanto sucede al evaluar el contexto de maduración de la hegemonía en el Brasil. Si bien, la consolidación de las demandas y reivindicaciones prohijadas en el seno del movimiento sin tierra (MST), condensaron muchas de las insatisfacciones sociales derivadas del proceso de distribución de la bonanza económica, ello no impidió la imposición del control político que resultó del proceso de industrialización iniciada en los 60 durante la fase desarrollo conocida como la etapa del milagro brasileño. La transición neoliberal de los 90 demostró el peso consolidado de la hegemonía a que aludimos: no fue necesaria una apelación popular que llevara a la implementación de políticas de ajuste económico, vía la distribución compensatoria de los beneficios materiales que mantuvieran inmovilizados a los perdedores del cambio económico  impulsado al calor del neoliberalismo; se hizo por el contrario en el marco de un acuerdo elitario que a la cabeza de Fernando H. Cardoso como síntesis de la alianza burguesa, concentrada en el poder financiero haciendo las veces de punta de lanza del recambio neoliberal, llevó a cabo estas reformas sin considerar una política populista de apelación, sino mas bien en contra de tales mecánicas[17]. La transformación neoliberal se operó en el marco de un proceso institucional y las demandas reivindicativas, como la del MST, consiguieron un reagrupamiento débil de aquellas demandas cuya condición equivalencial mantuvo al “pueblo” inmovilizado ante los acuerdos económicos consolidados desde arriba.

La democracia en Brasil ha logrado instituir un régimen que valida sus valores liberales a través del poder financiero y las imposiciones que dicho poder conlleva. Su raíz o si se quiere, matriz clave, se da durante el período dictatorial y cuando pensamos los acuerdos consolidados desde arriba nos es imprescindible pensarlos con el concurso de la institución militar. La figura ordenancista del régimen, muy a la manera que identifica los procesos socio-históricos del cono sur, relaciona el poder militar con prácticas políticas donde el pueblo juega un rol significante central. El gobierno de Cardoso se piensa desde la óptica liberal democrática, en cuyo seno el elector principal del aparato político de gobierno se asocia como un sujeto democrático institucionalizado y obediente del orden burocrático que caracteriza el régimen. Las apelaciones externas como la de los movimientos que propugnan la ocupación de tierras o el enfrentamiento abierto contra el acuerdo de las elites nunca logran incorporar una apelación a un sujeto popular que se movilizara en función de conseguir estas conquistas.

La solución toma una forma radicalmente  evidente con la elección de Ignacio Lula como representante de los trabajadores y miembro histórico del Partido Obrero, lo que sin duda se capitalizará como el fortalecimiento definitivo del vínculo hegemónico entre dominados y dominantes, sin que ello implicase un proceso antagónico de suma cero. El contraste entre la tradición populista brasileña y la democracia de última trayectoria, pone al pueblo como un actor asimétrico en el proceso de consolidación del poder burgués y a la vez como beneficiario de políticas prebendarias que muestran un Estado fortalecido aun cuando haya trasegado la transición estructural de su política económica. El sentido de las demandas populares se mueve en otra dirección que apunta a ocupar un lugar de presión que no es definitivamente cooptado por la esfera de la acción práctica de gobierno sino que “flota” sobre la constitución de un régimen discursivo que apela al pueblo en función de la lucha por la tierra y por   los acuerdos y negociaciones con los niveles centrales del gobierno. Se podría decir que la democracia burocrática instituida en Brasil ha conllevado a una práctica política en la que el sujeto “pueblo” acepta el marco limitado de su presión institucional por y para reivindicar sus propias exigencias.

De este modo podría pensarse un tipo de hegemonía que excluye el influjo de la política populista, tanto como democrática, y más bien muestra que  a pesar de la existencia de las dos es por su misma existencia simultánea cómo se concibe la doble dependencia. Sostenemos aquí entonces que el espejo y reflejo de los dos fenómenos (populismo y democracia) determinan los puntos nodales de explicación del caso brasileño, a partir de la emergencia de la democracia y la aparición de la política de la calle que comienza con la campaña de Fernando Collor de Mello, esta vez exhibiendo en su modo de hacer política un nudo gordiano entre la novedosa inclusión de la democracia y un ejercicio “neopopulista”  sobre el que asentará su figura carismática, mas engañosa que real.

Asi Podemos notar el desarrollo de un proceso explicativo que nos muestra esta forma de construcción de la hegemonía en el plano de lo político tanto en Venezuela como en Brasil. El examen de la forma “populismo” como su símil “democracia” tiene que ver particularmente con la categoría de hegemonía de acuerdo con las re-conceptualizaciones que ha tenido aquella. Pensar la subjetividad política en estos dos contextos, nos remite necesariamente al populismo y a la democracia como escenarios de medición de la hegemonía, la ideología, y las identidades en juego al interior de estas dos formaciones sociales.

Considerando entonces como fenómenos y como tipos ideales que estan presentes en la propia formación de los regímenes políticos estudiados, vemos como el populismo y la democracia se convierten en recursos de análisis de la trayectoria política de los dos paises, con suerte bastante sugerente a la hora de profundizar con presición cada una de las coyunturas que experimentaron a su modo Brasil y Venezuela en el contexto de auge en el continente de una democracia “peculiar” y un tipo de populismo que ha estructurado el ámbito político de todos nuestros países.

Diego Fernando Ortiz Vallejo


[1] Aprovecharemos las conceptualizaciones, respecto al populismo que Laclau consigna en E. Laclau.  La razón populista. (Buenos Aires: FCE, 2005), 311. El interés que nos mueve atañe al giro positivo que esgrime Laclau en lo que toca al populismo en tanto dimensión expresiva de la Política en general e independiente de una concepción instrumental del ejercicio político. Véase el capítulo 4 en especial, pp. 91-161. Un artículo sintético del uso de las categorías de articulación  teóricas de Laclau frente al Populismo es “Populismo: ¿Que nos dice el nombre?” en, Francisco Panizza (comp), El populismo como espejo de la democracia. (Buenos Aires: FCE, 2009) 51-70.

[2] El autor citado ha trabajado en profundidad un balance bastante oscuro del futuro de la democracia en una era de mercantilización de sus lógicas y elitización de los procesos democráticos del gobierno del demos. Véase, Jacques Rancière. El odio a la democracia. (Buenos Aires: Amorrortu, 2006), 143.

[3] En cuanto a los conceptos señalados cabe revisar la entrevista a Dahrendorf  publicada por el Fondo de Cultura: Ralf Dahrendorf (en diálogo con Antonio Polito). Después de la democracia. (Buenos Aires: FCE, 2003), 143. El análisis crítico de la forma democrática posterior  a la crisis del socialismo esta juiciosamente trabajada en el libro de Guillermo O’Donnell. Disonancias. Criticas democráticas a la democracia. (Buenos Aires: Prometeo, 2007), 220.

[4] Según el artículo ya citado de E. Laclau, uno de los grandes problemas a la hora de ensayar definiciones complejas respecto a fenómenos, para el caso que le ocupa, de carácter político, radica en su núcleo ontológico. ¿que referencia nos sirve para identificar el populismo? Laclau partirá de la idea de estudiar el populismo en tanto práctica política, habida cuenta de problematizar estatutos comprensivos para su estudio como el hecho de considerarlo o un movimiento o una ideología, con lo cual se sucumbe a un abordaje parcial del problema. Véase Laclau, Populismo…en, F. Panizza, el populismo como espejo 51-58.

[5] Aníbal Viguera. “Populismo y neopopulismo en América Latina”. Revista Mexicana de Sociología. Vol 55  No 3 (Julio-Septiembre, 1993) : 49-66. p 65

[6] Como suele ser común a propósito de la literatura sobre el chavismo y ponderando el intento de evitar complicidades partidarias, consultamos el libro de Cristina Marcano, Alberto Barrera Tyszka. Chavez sin uniforme: Una historia personal. (Buenos Aires: Suramericana, 2005). 413. Quizá el texto biográfico sobre Chavez menos tiznado de tales posiciones, aun cuando evidentemente transpire un notorio prurito frente al fenómeno chavista.

[7] F. Panizza, El populismo como espejo...22.

[8] La relación que se fortalece entre lider y el pueblo, o los electores de un proceso político determinado, se considera un rasgo canónico que identifica al populismo desde las reflexiones mas antiguas al respecto. Se puede consultar entre una ingente bibliografía el problema mencionado. No obstante nos basamos en un interesante artículo que propone estudiar al chavismo como una variante del neopopulismo ajena, o si se quiere contrapuesta,  a los dictámentes del neoliberalismo: Kirk Hawkins, “Populism in Venezuela: The Rise of Chavismo,” Third World Quarterly 24, no. 6 (December 2003): 1137-1160.

[9] Cf. Margarita López Maya. “Venezuela 2001-2004. Actores y estrategias en la lucha hegemónica. En   Gerardo Caetano (comp). Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de América Latina, (Buenos Aires: Clacso, 2006) 23-48

[10] De interesante lectura sobre este “retorno de lo político” esta Chantal Mouffe. El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical. (Buenos Aires: Paidós, 2003) 208. Algunas nuevas reflexiones sobre el mismo tema están consignadas en Chantal Mouffe. En torno a lo político. (Buenos Aires, FCE, 2007) 152.

[11] El desarrollo pormenorizado del concepto de significante vacío es de E. Laclau. La razón Populista…110-121. El capítulo  4  en general se concentra en el problema de la construcción discursiva del significante vacío en función de la comprensión del populismo como modo de construir lo político. Para el caso de Chávez en Venezuela es importante tener en cuenta que el elemento que otorga coherencia a la cadena equivalencial de demandas incluidas en la apelación populista del presidente atañen al papel de la Soberanía del pueblo que Chávez alimenta como el eje clave de si vinculación afectiva con el pueblo venezolano (estrictamente hablando, los sectores depauperados del país) , F. Panizza, El Populismo… P. 33-35.

[12] Para mayor profundidad en el debate insinuado aquí, véase Panizza, El populismo…pp. 34-47.

[13] Cf. Pierre Rosanvallon. La legitimidad democrática. Imparcialidad, reflexividad, proximidad. (Buenos Aires: Manantial, 2009) 334. Véase P. 25 en lo que toca con la concepción de legitimidad democrática que predominó durante la etapa de posguerra en Europa.

[14] Pierre Rosanvallon. La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza. (Buenos Aires: Manantial, 2007) 320. P.27.

[15] Laclau, “populismo. ..” en Panizza, El populismo…, P.59.

[16] Viguera. “Populismo y neopolulismo…” pp. 50-54.

[17] Cf, Armando Boito Jr “As relaçoes de classe na nova fase do neoliberalismo no Brasil”. En, Caetano (comp), Sujetos sociales…pp. 271-296.

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